SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.


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LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Fiesta: 8 de Diciembre

La Inmaculada Concepción

REVELACIÓN E HISTORIA:

Comenzamos con el apunte relatado por el mismo protagonista, el Cardenal Suenens: "El día que fui ordenado Obispo, algunos profesores de la Universidad de Lovaina tuvieron la delicadeza de enviar flores a mi madre. Este gesto me fue derecho al corazón y me ha servido en más de una ocasión para decir a nuestros amigos protestantes: ‘No tengáis miedo de honrar a María, es algo que va derecho al corazón de su Hijo’".

EL GÉNESIS:

El Génesis nos describe poéticamente el momento posterior al primer pecado de los hombres, que introduce la muerte en el mundo. Intervienen cuatro protagonistas: Dios, a quien se ofende; la serpiente que tienta, y Adán y Eva, pecadores. Al desobedecer, pierden la gracia, y de amigos de Dios se han convertido en enemigos.

Cuando Dios, como Señor supremo, pide cuentas, los culpables presentan excusas en vez de reconocer su pecado y pedir perdón con humildad. El pecado es un fenómeno complejo: el hombre y la mujer pierden la solidaridad entre ellos, y así, cada uno pretende disculparse. El hombre atribuye la culpa a la mujer, ésta se disculpa en la serpiente: “Es que la serpiente me engañó y he comido”. Pero la serpiente ya no es interrogada por Dios. Y el hombre intenta incluso atribuir a Dios la causa última del mal, porque le ha dado una compañera que le ha seducido: “La mujer que me diste por compañera me ha dado del árbol...”. El mal permanece en el misterio, que nadie quiere aceptar.

SE VIERON DESNUDOS:

Pero para ellos, es evidente su desnudez: “Se abrieron sus ojos y conocieron que estaban desnudos”. El hombre y la mujer dialogaban con Dios, cuando “paseaba por el jardín a la brisa de la tarde”. La familiaridad y proximidad entre Dios y sus hijos, los primeros hombres, queda expresada en que Dios, para hablar con ellos no baja del cielo, sino que se paseaba por el jardín. ¡Sería tan hermosa aquella conversación, y tan letificante, para Dios, que “tiene sus delicias en estar con los hombres” (Proverbios 8, 31), y para los dos hijos de Dios que participan de su sabiduría, familiaridad y amor! El pecado ha destruido esa maravilla, ha roto esa deliciosa intimidad. Y la confianza da paso al miedo: "Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí". La presencia de Dios les atemoriza porque han roto la amistad. Han cortado el diálogo con Dios, para el que habían sido creados (Vaticano II). Eva ha fracasado como madre, acarreando a toda la raza humana las consecuencias del pecado: la conflictividad con el Creador, y con sus criaturas. Vertical y horizontal.

MORIRÁS:

Apenas han pecado, han sentido el aldabonazo de la conciencia, golpeando angustiosamente en su alma: Has ofendido a Dios, se va a cumplir la palabra que te dijo Yahvé: “Morirás”. Es un momento trágico de dolor insoportable; es una situación de descalabro, de bancarrota total. Nunca podremos saber la profundidad del pesar interno de nuestros primeros padres después del pecado. Podemos rastrear algo por nuestra propia experiencia, pero teniendo en cuenta que nosotros conocemos la existencia de los Sacramentos y que no hemos experimentado el estado de excepción y de privilegio suyo. Se reconocen responsables. Externamente todo sigue igual, pero el pecado hace que en su conciencia lo vean todo en su carácter doloroso y penoso. Tenían motivos para desesperarse. Después del interrogatorio, llega la maldición, empezando por la serpiente, que desde ahora entrará en lucha constante a vida o muerte con el hombre. No sólo representa las fuerzas de la naturaleza hostiles al ser humano, sino que en ella se encarna todo el problema del mal, presente de modo misterioso en el mundo creado.

La Inmaculada Concepción

FIDELIDAD DE DIOS:

Pero Dios es bueno siempre, siempre es fiel (1 Tesalonicenses 5, 24). Y aquellas eran sus criaturas, eran hijos, aunque han perdido la filiación gratuita. No les va a ahorrar el sufrimiento necesario para la expiación, pero no les va a abandonar: ”Dios hizo al hombre y a la mujer, unas túnicas de piel y los vistió”. Al cubrir la desnudez de su creaturiedad, descubre la ternura del Padre. “El Padre Eterno... decretó elevar a los hombres a la participación de su vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su ayuda en atención a Cristo Redentor” (Lumen Gentium, 2). Les anuncia un Redentor. “Y dijo a la serpiente: Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te aplastará la cabeza”. (Génesis 3, 9). Y le da a la mujer el nombre de Eva, es decir, “madre de todos los vivientes”. Aunque ellos han merecido la muerte, Dios recrea la vida, que, a pesar del mal y de la muerte, sigue siendo la gran bendición de Dios.

LA MUJER NUEVA:

Ya está aquí la nueva Mujer: Una mujer fracasa, pero a Dios no se le acaban los resortes: los hombres serán redimidos por el Hijo de la Mujer. San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. La enemistad de María con la serpiente entre todos los humanos, la constituye en mujer libre del pecado original. “Tú no morirás. Esta ley es para los demás, no para ti” (Ester 15, 13). María, una mujer libre del pecado, como Ester de la muerte decretada por el rey Asuero para todos los judíos. Una mujer en la que el enemigo no ha encontrado ni un solo resquicio por el que introducir el pecado. Ese es el sentido profundo de la fiesta de la Inmaculada: La Inmaculada Concepción exclama: “Estoy llena del gozo de mi Señor, porque me ha vestido un traje de triunfo, me ha cubierto con túnica de victoria; me ha enjoyado como una novia para sus bodas” (Isaías 61, 10). Sólo la sabiduría de Dios puede capacitar al hombre para comprender esta suprema gracia de la preservación del pecado, haciéndonos conocer el mismo pecado en su propia identidad como misterio de iniquidad, y que nuestra sociedad ha llegado a perder la conciencia de su realidad.

La Carta a los Efesios, destaca la bendición de María y la nuestra que nos bendijo con su Gracia y nos eligió para ser “hijos suyos por medio de Cristo. Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, nos eligió en Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por el amor. El nos ha destinado a ser sus hijos” (Efesios 1, 3). Es un himno que ayuda al creyente a sentirse amado por el Padre desde siempre; y a dar una respuesta que nos haga vivir “en su presencia sin culpa ni mancha”. Nuestro fin es ser santos, imitando a nuestra Madre y hermana María.

San Lucas nos narra el cumplimiento de la promesa: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios... Hágase en mí según tu Palabra” (Lucas 1, 26). De Dios a María todo es gracia, don gratuito, plenitud del amor. De María a Dios, el reconocimiento agradecido, la alegría que brota del corazón, el reconocimiento de la propia pobreza y la disposición para ser servidora y para responder con la obediencia de la fe a la Palabra que se le ha comunicado. En esta elección encuentra María el sentido de su vida y se dispone a colaborar con el plan salvador de Dios con todas sus fuerzas: “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según lo que has dicho”. Esclava, servidora, es decir, pertenezco al Señor, y me dedico totalmente a colaborar en la obra de la salvación en la misión recibida. Y nos recuerda el sentido profundo de nuestro existir.

La Inmaculada Concepción

NUESTRA ELECCIÓN:

Igual que celebramos la elección de María, celebramos la de cada uno de nosotros. La de María nos recuerda las preferencias de Dios y el tipo de personas que colaboran con El. En Nazaret, aldea desconocida, se decide el futuro de la humanidad. Allí ha confiado Dios la venida de su Hijo al mundo a la respuesta libre de una joven humilde, pobre y desconocida del mundo. Lección que nos enseña que Dios actúa a través de las personas a quienes el mundo suele dejar olvidadas. Los caminos de Dios para salvar al mundo no pasan por la alianza con el dinero, el poder ni con la fuerza de las armas o los medios de comunicación, sino por la pequeñez y humildad de María, que es capaz de recibir la plenitud de la Gracia.

Pero la elección se hace al servicio del Salvador. La página de la anunciación resalta la colaboración de María en la redención de los hombres. A través de María, Cristo es plenamente “hijo del hombre”, completamente solidario y en todo igual a nosotros menos en el pecado. Y su colaboración no es pasiva, sino que es la respuesta de la fe que modela enteramente su vida y la lleva a acompañar a su Hijo hasta el Calvario: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya”. María libre de pecado significa que la raíz de todos los males está vencida por la superabundancia del don de Dios. La fiesta de la Inmaculada Concepción de María, en el corazón del Adviento, nos presenta a la Virgen de Nazaret como modelo de acogida y de colaboración con el Salvador.

La Iglesia de Oriente, interpreta la expresión llena de gracia, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación. El texto: “Ella te aplastará la cabeza”, ha inspirado la representación de la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies. Aunque en el texto hebreo no es la mujer sino su linaje quien pisa la cabeza de la serpiente, como existe una profunda solidaridad entre la madre y la descendencia, es coherente la representación, no por virtud propia sino por la gracia del Hijo.

“FULGENS CORONA”:

La encíclica “Fulgens corona”, de Pío XII en 1953 publicada en el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: “Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”. La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige por tanto en María, la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

¡Cuán hermosa eres, María! “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. El concepto inmaculada tiene un sentido negativo y uno positivo. Aquel dice que ha sido concebida sin la mancha de pecado original; éste, que ha venido al mundo ya llena de toda gracia y de dones. La Panaghia, la Toda Santa, ponen el acento sobre el aspecto positivo igual que cuando la llamamos Tota Pulcra, Toda Hermosa. María es llena de gracia.

LA LLENA DE GRACIA:

La palabra gracia, significa favor, perdón, amnistía y belleza, hermosura, amabilidad. De gracia, charis, proviene carne, poema y charme en francés: belleza, atractivo. En la Biblia, gracia tiene estos dos significados favor divino, gratuito e inmerecido, perdón y misericordia; belleza, estado de gracia. María es la llena de gracia, porque ha sido objeto de un favor y de una elección únicos; ha sido, también, la agraciada, la salvada graciosamente por la gracia de Cristo ¡ella ha sido preservada del pecado original “en previsión de los méritos de Cristo!”. Pero, es “llena de gracia”, igualmente, en el sentido de que la elección de Dios la ha hecho resplandeciente, sin mancha, “toda hermosa”, tota pulcra, como canta la Iglesia en esta fiesta. María es agraciada y graciosa. Este es el mensaje para nosotros. Si la Inmaculada Concepción es la fiesta de la gracia y de la belleza, tiene algo importantísimo que decirnos hoy. La belleza nos afecta a todos, es una de los resortes más penetrantes del actuar humano. Todos amamos la belleza. Podemos disentir sobre qué sea bello; pero, todos somos atraídos por la belleza. “El mundo será salvado por la belleza”, ha dicho Dostoievski. Pero el mundo puede también estar perdido por la belleza. La belleza, desde la Helena de Homero, ha sido causa de duros lutos y tragedias y muchos mitos modernos de belleza han terminado en el suicidio.

Dice Pascal que hay tres niveles de grandeza, el material, el intelectual y el moral, el de la santidad, que puede ir separado. Los genios más grandes se han desarrollado a veces en la pobreza. Gounod decía que una gota de santidad vale más que un océano de talento. Hay belleza física, belleza intelectual y belleza espiritual. La belleza dice la Biblia (Proverbios 31, 30) es mentirosa y así lo han reconocido los poetas y filósofos, que crearon el mito de las sirenas: muchachas bellísimas, que hechizaban con sus cantos a los marineros y les conducían a estrellarse contra los escollos. La belleza de María Inmaculada se sitúa en la santidad y la gracia y constituye el vértice después de Cristo. Su belleza es interior, hecha de luz, de armonía, de correspondencia perfecta entre la realidad y la imagen que tenía Dios al crear a la mujer. María es Eva en todo su esplendor y perfección, es la nueva Eva.

INICIO DE UN NUEVO ORDEN:

Al designar a María como llena de gracia vemos el inicio de un nuevo orden, fruto de la amistad con Dios que implica una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres, como se deduce del capitulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la “mujer vestida de sol (Apocalipsis 12, 1). La exégesis actual ve en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando afirma: “La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro” (Apocalipsis 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la mujer-Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer “está encina, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz (Apocalipsis 12, 2). Lo que remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz, donde participa, con el alma traspasada por la espada, en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

En el Apocalipsis queda significada también la dimensión eclesial de María, pues la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención. El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con la diferencia sustancial de que Cristo es santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador (Juan Pablo II).

LA MADRE DEL HIJO DE DIOS:

Dios ha hecho INMACULADA a la Madre de su Hijo, porque había de ser su Madre y, por tanto había de transmitirle, en cuanto hombre, según las leyes mendelianas, sus cualidades físicas, biológicas, psíquicas y espirituales. Jesús, “imagen de Dios invisible” como Persona Divina Hijo de Dios, había de ser genéticamente, como Hombre, el puro retrato de su Madre, en lo ontológico, en lo físico (sus mismas manos, el color de sus ojos, su aire al caminar, su finura y sencillez y majestad... un no sé qué que tienen las almas regias, sus mismos gestos característicos...) y en lo moral. Humanamente Jesús no tiene padre, y recibe los 45 cromosomas biológicos de su Madre Adorable. La maternidad divina de María es su participación en la humanidad de Cristo. El más pequeño pecado en María habría dejado en ella una disposición negativa, que hubiera contrariado su perfecta disposición para ser la Madre de Cristo. Si esta situación de María comporta una gran familiaridad con Dios por su semejanza mayor debida a la plenitud de su gracia, socialmente, será causa de una gran dificultad y dolor, teniendo que convivir con los pecadores a quienes, desde niña, ya con sus compañeras, le es difícil comprender. Veía que mentían, que eran coquetas, que desobedecían... y la llena de gracia, no lo podía entender... No había en ella concupiscencia, porque toda ella estaba sometida a Dios y todas sus fuerzas obedecían a su voluntad y razón ordenadas y rectas.

La Virgen en Lourdes

UNA REVELACIÓN PROGRESIVA:

Los grandes teólogos no siempre estuvieron de acuerdo en el misterio de la concepción inmaculada de María. Hubo disidencias, por salvar la universalidad del pecado, y la universalidad de la redención. Pero Dios providente, fue revelando progresivamente la verdad: En 1830, a través de Santa Catalina Labouré al entregarle la Medalla Milagrosa: “¡Oh María sin pecado concebida!” Y 24 años después, Pío IX definió el dogma, tal día como hoy, en 1854. Fue un Cardenal de la Iglesia: Lambruschini, quien viendo al Papa Pío IX, hoy ya Beato, triste y abatido por los conflictos que azotaban a la Iglesia le aconsejó apresurar la definición. Cuatro años después, el 25 de marzo de 1858, la Virgen le dirá en Lourdes a Bernardita, “Soy la Inmaculada Concepción”.

El pueblo cristiano ha dirigido siempre a María las alabanzas con que los hijos de Israel bendijeron a Judit, después de haber vencido a Holofernes: “Tú eres la gloria de Jerusalén, Tú la gloria de Israel, Tú el orgullo de nuestra raza” (Judit 15, 25). Te damos gracias, Señor, porque preservaste a María de toda mancha de pecado original, para que fuese madre de tu Hijo, y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de hermosura. “Purísima había de ser, la Virgen de la que naciera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima, la que entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad” (PE). Estas son las maravillas que ha hecho el Señor, la victoria alcanzada por su santo y poderoso brazo, acordándose de su fidelidad en favor de la casa de Israel. Por eso, “cantad al Señor un cántico nuevo”.

Pidamos a María Inmaculada, que participa en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo, que todos sus hijos deseen esa misma gloria y caminen hacia ella. Que interceda por la salud de los enfermos, el consuelo de los tristes y el perdón de los pecadores. A ella, que fue madre de familia, que interceda para que todas las madres de la tierra fomenten en sus hogares el amor y la santidad.

¡CORAZÓN DEL ADVIENTO!

María, Inmaculada, Virgen y Madre, centra ya la próxima Navidad. Bienaventurada ante los ojos de Dios y, hermosa, fiel, pura y radiante ante los ojos de todos nosotros, el pueblo cristiano que, desde los primeros siglos la hemos visto como un sendero para llegar a Dios, un vientre virginal en el que Dios se hizo carne, unas manos divinas y humanas a la vez que salen a nuestro encuentro con un solo objetivo: llevarnos a Dios.

Pero, la Virgen en su Inmaculada Concepción, no es para contemplarla. Ella es un continente pero, el contenido, es Cristo. No podemos conformarnos con dejarla elevada en la hornacina (como si fuera un expositor de perlas preciosas). María nos da una gran lección: hay que fiarse de Dios; hay que confiar en Dios; hay que ponerse en camino y….Dios hará obras grandes. Dios, en definitiva, hará lo demás.

En este 8 de diciembre, la figura de María emerge rodeada de belleza y de hermosura. ¡Es posible creer en Dios y esperar en Dios! ¡Es posible deshacernos para que Dios se haga! ¡Es posible, inesperadamente, recibir un aviso de Dios y, de repente, convertirnos en aliados de su causa! Así lo sintió María y así lo vivió María: tocada por Dios, inesperadamente llamada a ser Madre de Cristo y…volcada de lleno en su misión. ¡Bendita Tú, Inmaculada Concepción!

Y, en este Misterio, el pueblo sencillo y llano siempre ha visto a la Virgen como una vasija limpia, resplandeciente, valiosa y pura. ¿Por qué? Porque, ni más ni menos, en ese recipiente Dios echó el contenido del Verbo Encarnado. Porque Dios, al encontrarse con la sencillez y la obediencia, la pureza y la alegría, la disponibilidad y la entrega…se topó, además, con un cuerpo virginal al que sólo llegó la bondad y el poder de Dios. ¡Bendita, tu María, por tu pureza!

Al mirar a María (en los aledaños de la Navidad); al acercarnos a María rodeada de limpieza interna y externa (y comprobar la situación degenerada de tantas situaciones y páginas del mundo que se nos ofrecen como lo más “guay” o como referencia a una efímera felicidad), tenemos que pensar que es posible ser feliz de una manera diferente. Que el estercolero, en el que a veces se convierten las ofertas para ser felices incluso vendiendo la dignidad humana, no son precisamente un horizonte de paz ni de bienestar. En estos tiempos en los que tanto y tanto se habla de la violencia de género, resplandece la dignidad de una mujer que fue elevada al colmo de las dignidades: ser ella misma pero llena de Dios, llena de hermosura, llena de gracia.

Sí, amigos; ésta, María, es la mujer que a Dios enamoró. Es la mujer que, Aquel que se anunció durante siglos, acogió en sus entrañas. Es la mujer que, transparente en cuerpo, alma, vida y actitudes, nos enseña que el camino para llegar a Dios no es otro que el de la confianza y la esperanza en El.

¿Seremos capaces, como María, de optar por Dios? ¿No estaremos cerrando las ventanas de “nuestro Nazaret” para que Dios no nos complique la existencia? Ante la realidad del mal en el mundo (y mira que existe y en abundancia) os invito a que volvamos nuestros ojos a María. Necesitamos un poco de luz en medio de la oscuridad; un poco de belleza (incluso artística, divina y humana a la vez) en medio de tanta basura que la sociedad del consumo (material y carnal) nos ofrece.

Necesitamos, un personaje como María, que nos ayude a recuperar el sentido cristiano de la Navidad: limpios por dentro y bien dispuestos por fuera. ¡Viene el Señor! ¡María nos acompaña!

¡Bienaventurada, María! ¡Bienaventurada tu pureza!

Jesús Martí Ballester

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