SANTUARIO PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

Gruta y Basílica. Quinta Normal, Santiago de Chile.


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PASCUA PBRO. ENRIQUE LEIVA ROJAS

“Hizo el bien, dándose sin medida”

Pbro. Enrique Leiva Rojas, Q.E.P.D.

Cuando yo tenía unos trece años, en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Curicó, se produjo la llegada de un cura joven. Su nombre, Enrique Gustavo Leiva Rojas. Los monaguillos cumplíamos turno para acompañar al cura a llevar la comunión a los enfermos y ancianos del sector parroquial; ese día me correspondía ser monaguillo acompañante. En la sacristía, yo estaba con mi vestimenta de monaguillo y campanilla en mano. El señor Leiva, como le decíamos al padre Enrique, me miró sorprendido y me ordenó que me sacara todas esas vestiduras litúrgicas y me dijo: “Nos vamos así, sin nada, sin campanilla; no podemos meternos por esos barrios con estas ropas extrañas, los borrachos y protestantes se van a burlar de nosotros”. Él iba sin sotana. Y, desde ese día, se eliminó la vestimenta de la comparsa de monaguillos con el cura por el barrio.

No recuerdo si me disgustó el asunto, pero creo que no… Comenzaba un gran cambio en la Iglesia, el Concilio Vaticano II, no en Curicó, sino en todo el mundo… No comenzó con el padre Leiva, pero él era ya uno de los tantos que deseaban sacudirse de un lastre de siglos que impedía e impide todavía, dejar a la vista el Evangelio.

Así conocí al padre Leiva. Años después sería compañero de Juan de Dios Leiva, sobrino del padre Enrique, en la Escuela Apostólica de Mendoza, Rengo.

Este buen cura diocesano marcó profundamente, y para siempre, mi vida. Es de los curas de antes, de esos de sotana polvorienta y gastados zapatos, hombre de Dios y pobre. Pero muy sabio y con un corazón que transpiraba Evangelio. De esos curas que desayunaban casi a mediodía, porque había que cumplir con el ayuno y de esos buenos para llevar a todas partes el breviario y meditar los salmos.

Pbro. Enrique Leiva Rojas, Q.E.P.D.

SUS GRANDES FECHAS Y FAMILIA:

Nacido en La Peñuela, las Palmas de Chépica, el 12 de febrero de 1928, hijo de Luis Arturo Leiva Leiva y Mercedes Rojas Quezada, fue el quinto entre once hermanos. Ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1955, en Talca.

El Señor lo vino a buscar al Hospital de Santa Cruz, en la noche del domingo 20 de marzo. Tenía 94 años. Lo derrotó una neumonía que, por sus años, no resistió. Sus funerales fueron al día siguiente, en el Cementerio de Santa Cruz y con todas las medidas restrictivas a que obliga este tiempo de pandemia. En diversos lugares se celebró oraciones de acción de gracias por su vida sacerdotal, especialmente en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Cumpeo, donde sirvió por cerca de 22 años. Con mucha picardía, en su correspondencia colocaba: «Cumpheo»…

Pbro. Enrique Leiva Rojas, Q.E.P.D.

HIZO EL BIEN:

En las correrías eucarísticas comencé a decirle: “Padre, yo quiero ser sacerdote como usted”. Creo que se hacía el sordo… Debo haberlo cansado con mi cantinela vocacional y un día me dijo: “Eres pobre, no puedes ser cura como yo, tienes que tener quien te ayude…” (1) y me dijo: “Por ahí por Rengo, cerca de la Estación Rosario hay unos frailes que forman religiosos y es gratis”. Con esa información me puse a escribir a una dirección que aparecía en “El Eco de Lourdes” y, aquí estoy… Don Enrique era de un carácter nervioso e impulsivo, quizá por eso mismo, le costaba reconocer que me había dicho esas cosas cuando yo apenas salía de mi infancia, pero fue él quien me indicó dónde encontrar a los Asuncionistas.

Tengo la alegría de haberle dicho en vida todo el cariño, agradecimiento y admiración que tuve hacia él. No voy a repetirlo ahora. El señor Leiva me conoció desde niño y adolescente, era mi confesor, cuando me escapé de los padres del Carmen, de Curicó, que me provocaban susto y me mandaban cerquita del infierno; pero igual les tengo un inmenso cariño y recuerdo agradecido a esos misioneros claretianos españoles que tan bien pronunciaban las palabras con "z" y "c".

Don Tulio Garcés Rojas (RIP) también me daba el perdón, pero lo recuerdo como un diálogo con un cariñoso abuelo. Era famoso por muchas cosas, también por sus “malas pulgas”, pero conmigo fue siempre cariñoso. Ahora pienso si de verdad me escuchaba las confesiones. Quizá se aburría y rapidito me daba la absolución (2).

Padre Leiva era devoto de Lourdes y difusor de la revista “El Eco de Lourdes”, amasó muchas amistades en la familia Asuncionista.

Mi madre, doña Mercedes Luisa Pavez (RIP), fue su cocinera en varios de los destinos parroquiales de don Enrique Leiva. A pesar de ser los dos muy originales, se entendían bien.

Estando el Pbro. Leiva como párroco en Yáquil y mi madre como su cocinera, lavandera, empleada doméstica y dueña de casa (no se usaba la siútica expresión “asesora del hogar”), yo pasé varias jornadas de vacaciones en Yáquil. Un día yo le acompañaba en su destartalada citroneta por los caminos de esa parroquia…, un caballo desbocado nos enfrentó en un estrecho camino de ripio, detuvo su carrera estrellándose contra la “citrola” que terminó bastante averiada y, nosotros, ilesos, aunque tapados con vidrios. Buscamos al dueño del caballo, pero no lo encontramos, entonces fuimos a carabineros y el señor cura presentó una denuncia. Acordamos que mi madre no debía ser informada del asunto. Regresé a Santiago y, más o menos al pasar un mes, me llama don Enrique. ¿Qué pasaba? Que desde el juzgado de Santa Cruz nos llamaban a declarar y, para sorpresa del padre Leiva, fue mi madre la que recibió el documento que nos llamaba al juzgado; así se enteró mi madre. Ya había pasado bastante tiempo como para que armara algún escándalo. A los dos meses y cumpliendo con dos citaciones, creo que el padre Leiva se desistió de la demanda…  Quizá el culpable del caballo suelto le pagó algo porque los daños fueron bastantes.

Un día, el año 2010, me llama para decirme que necesita ayuda para la gente de su parroquia. “Trae alimentos”, me dijo. Enseguida, en el Santuario de Lourdes organizamos la recolección, especialmente de alimentos y en dos vehículos nos fuimos a Cumpeo. Éramos un grupo de varias personas entre colaboradores del Santuario y tres funcionarios del mismo.

Nos recibió con su conocido afecto y, aunque tenía a todos sus feligreses damnificados, supo arreglárselas para darnos comida, bebidas y alegría.

Pbro. Enrique Leiva Rojas, Q.E.P.D.

ENTREGÓ TODA SU VIDA:

Este sacerdote diocesano, supo ser un buen cura, buen hombre y de una entrega sin medida.

Solamente el Señor y él saben a cuantas personas ayudó a ser buenos cristianos y a superar muchas pobrezas. Los testimonios de las personas apuntan a lo mismo: ayudaba con dedicación y en silencio a mucha gente.

Nunca hacía ruido, su forma de ser cura era silenciosa en el servicio. Se nutría de la oración que tenía por centro su misa diaria y, siendo párroco, varias misas cada fin de semana. Aunque eso le significara dejar de lado las normas.

Fui testigo de su fidelidad al “oficio divino”. El rezo de los salmos, al cual se comprometió desde joven, nunca lo abandonó y, seguramente venciendo agotamiento y sueño, su alabanza subía a lo alto conforme a las horas del breviario.

Supe de un gran gozo que vivió: un viaje a Roma con ocasión de sus cincuenta años de sacerdocio. Esa experiencia, ese viaje lo renovó, lo alegró y le regaló energías para sus últimos años de servicio a la Iglesia. Con gran afecto recordaba las atenciones del Padre Julio Navarro que en ese momento era Vicario general de la congregación, en Roma.

Don Enrique supo de sufrimientos, tuvo que soportar incomprensiones y, creo que hasta más de algún maltrato de parte de sus superiores. No es por capricho que haya pasado de las diócesis de Talca (su diócesis madre) a la de Rancagua… Y luego de Rancagua a Talca, para terminar sus años de vejez en Santa Cruz, que pertenece a la diócesis de Rancagua. Su corazón fue siempre de toda la Iglesia, pero para él, el lugar más importante de todos era donde lo colocaba la obediencia por la palabra de sus respectivos obispos… En su larga vida tuvo varios obispos. Pero hubo uno, que ya también está fallecido, que lo hizo sufrir. Quizá este dato sea sorpresa para su familia, porque si algo lo caracterizaba era la prudencia, no la humana, sino la de la verdad y la delicadeza que nacen del amor a Dios y a las personas.

Desde la gloria, el señor cura don Enrique Leiva Rojas, nos sigue acompañando y, como el santo cura de Ars, indicándonos el camino que lleva al cielo.

Padre Enrique: ¡descansa en la paz del Señor! Y ayúdame para que un día -no lejano por mi edad-, nos encontremos en la gloria.

Pido al Señor, desde estas páginas, que busquemos vocaciones santas y normales como la de padre Enrique.

Hno. Ramón Gutiérrerz Pavez, a.a.

Publicado en sitio web Diócesis de Talca, 7 de abril de 2022.

Pbro. Enrique Leiva Rojas, Q.E.P.D.

NOTAS:

1. Sale caro formar a un cura. Las familias pobres, antiguamente, buscaban familias poderosas que les ayudaran a costear los gastos del seminario de sus hijos.

2. Don Tulio Garcés Rojas fue párroco de la Parroquia Matriz (san José), de Curicó por más de 30 años. Solemne y distinguido, tenía un hermoso auto y un elegante chofer. Al final de sus días recibió el título de “Camarero Secreto del Papa” y tuvo derecho a vestir sotanas con ribetes y faja morados. Gran cura diocesano que me enseñó mucho con su ejemplo. Hoy se llaman “Capellán de su Santidad”.

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